Por Fr. Alejandro Palacios OFM (*)
Dignas damas y caballeros:
Nuestro homenaje tiene como corona la celebración del Primer Centenario del nacimiento de un artista extraordinario, José Mojica, que hizo de su vida la más bella obra de arte. Este centenario lo celebraremos el 14 de septiembre del año próximo 1996. José Mojica nació el 1 4 de septiembre de 1 896 en el pueblito de San Gabriel, en Jalisco, México. El mundo el Primer Centenario del nacimiento del cinematógrafo, del cine, del arte de la imagen en movimiento, del lenguaje de la imagen. El cine y José Mojica nacieron más o menos en el mismo tiempo. Hermosa y significativa coincidencia, ya que más tarde se complementarían.
N.S. Jesucristo, maestro de maestros, el único que pudo decir: “Yo soy la Verdad”; en una ocasión extraordinaria, cuando enseñaba a sus discípulos las exigencias para seguirle: “Renúnciese a sí mismo. Tome su cruz”, pronunció una frase célebre, dijo: “¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo si al final pierde su alma?” (Mt. 1 6,26). Estas palabras, a ciertas personas, les golpea tan profundamente el corazón y la conciencia, que obra en ellas un cambio radical.
Esto ocurrió el año 1934, con un extraordinario artista, José Mojica, que por méritos propios, había ascendido, paso a paso, entre sonrisas y lágrimas, a la cumbre de la fama y de la gloria, como cantante y actor de ópera, teatro, radio, cine, y después, TV. José Mojica se encontraba radiante en esa cumbre con la admiración y el plauso de gran parte del mundo. Triunfante brillaba en las cumbres de soberbia, de la riqueza, poder, placer, fama, gloria, aplauso, admiración, adulación. Cumbres que tanto ambiciona el pobre corazón humano. Y desde esas cumbres, tocado ya por la gracia de Dios, vio las transitorias glorias del mundo, y recordó las palabras con las que se abre el sagrado Libro del Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Vino a su mente la sentencia del Apóstol San Pablo en la primera carta a los corintios: “El escenario de este mundo pasa”. Y evocó las palabras del Apóstol San Juan en su primera carta: “Todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia, la de los ojos, concupiscencia la de la carne y soberbia de la vida”. Recordó que una tumba, un día, opacaría todo su brillo, y que sus glorias terrenas sólo serían escombros, fragmentos brillantes de un fino espejo roto. Y consciente, libremente, descendió a los valles de la humildad, donde encontró paz para su espíritu, alegría para su vida y limpieza de corazón para ver las cosas de Dios Y se acercó a Dios, y vino a Cristo, por camino de Francisco de Asís. Había leído la vida y los escritos de esta santo maravilloso: el Hermano de la Fraternidad Universal, el Santo del Amor y de la Paz. El santo que llamaba con el dulce nombre de “hermano”, de “hermana” a todas las criaturas.
El santo de la pobreza y la humildad. Por eso se llamaba “hermano menor”. José Mojica fue conducido por San Francisco al corazón de Cristo, después de 28 años de haber vivido lejos de Dios, alejado de la Iglesia, en una vida, como él lo reconoce, de pecado, ese año 1 934, se confiesa, comulga e ingresa a la Tercera Orden de San Francisco. Se despoja, como San Pablo, del “hombre viejo”, del “hombre de pecado”, y se reviste del “hombre nuevo”, el hombre según Cristo. En esta vida nueva, con la luz de Dios, poco a poco va desencadenando su corazón de las glorias terrenas. “La fama, la popularidad, dirá en esos tiempos, es mi cruz”.
Y llegó el año 1 940. Ese año rompe el último vínculo sagrado que le ataba a esta tierra. Ese año muere su santa y sufrida madre, a la que él adoraba. Recién se siente del todo libre para realizar la obra que Dios quería de él. Vivir su vocación religiosa. Cumplir una misión distinta en el mundo. Ir tras de Cristo que le decía: “Sígueme, venid en pos de mí”.
Había filmado muchas películas. La mejor de ellas, según propio testimonio, era “La cruz y la espada”. En ella trabajaba de religioso franciscano. En esta película, canta una canción que ponía al descubierto el estado emotivo de su espíritu. Decía así:
“Toca dolorosa campaña de antaño,
toca que ha muerto mi última ilusión.
Toca campanero de mi desengaño
en el campanario de mi corazón”
Superada ya su desorientación ideológica, filosófica y religiosa, el año siguiente, 1 941 , filmaba su última película. Se titulada “Melodías de América”, en los Estudios San Miguel. La película se titulaba “Melodías de América”, que seguramente los que hoy peinamos canas, la vimos. Agustín Lara había sido contratado por los Estudios para preparar (componer) las canciones para este film.
En su autobiografía, José Mojica dice: “Había escrito una canción que parecía hecha especialmente para mí en aquellos días: Solamente una vez. Con esa bella melodía me despedí de la vida mundana”.
Al volver a su Méjico querido, comienza a cumplir lo que Cristo a los que quieren seguirle. “Anda y vende todo lo que tienes, repártelo entre los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo, y después, ven y sígueme”. Con generosidad, lo repartió todo[ No fue fácil. Lo dice él: “Si dijera que fácilmente me desprendí de mi casa, de mis obras de arte, de mi dinero, de mi familia y mis amigos, mentiría”. Pero tal vez con un corazón sangrante, lo hizo por Cristo.
Se había quedado sin nada. No tenía para el pasaje de Méjico al Perú[ ¿Y por qué el Perú?… Estando en la Argentina y deseando saber el lugar a donde Dios quería llevarle, imitando a San Francisco de Asís, que buscaba y encontraba la voluntad de Dios de esa manera, frente a un mapa, cerrando sus ojos, pasó su mano sobre el mapa, diciéndose: en el lugar que se pose mi dedo, será el destinado por Dios. Abrió los ojos y bajo la yema de su dedo decía “Cusco” (Perú). Nuestro Perú tuvo el honor y la gracia de ser el escenario de la vida religiosa de este gran hombre. La primera limosna que pidió fue para su pasaje. La pidió a su primo Tino, que se había convertido en un próspero productor cinematográfico y que le
ofrecía un millonario contrato por 6 nuevas películas. Tino le dio un cheque de $ 500 dólares para su viaje a nuestra tierra. El 1 6 de febrero de 1 942 llegó a Lima. Y el 8 de marzo de ese mismo año vistió el santo y humilde hábito franciscano, comenzando su noviciado, a los 45 años cumplidos, y con el nombre de Fray José Francisco de Guadalupe Mojica.
Vinieron, después de su profesión religiosa, sus estudios de filosofía y teología. Y el 13 de julio de 1947, en Lima, recibía, emocionado hasta las lágrimas, el sacerdocio que él, por humildad, no se creía digno. Fray José aspirada a ser solamente un hermano-no clérigo. Su ordenación y primera Misa en Lima fue un acontecimiento no solamente nacional sino mundial.
Los medios de comunicación de todas partes estaban presentes. 32 años vivió santamente en la vida consagrada a Dios y al prójimo. Los mejores 32 años de su vida.
José Mojica, o mejor Fr. José Fco. de Guadalupe Mojica, no necesita semblanzas ni panegíricos que le hagan grande. Él es grande. No con la grandeza de la soberbia humana ni de las glorias mundanas. No con la grandeza de la soberbia humana ni de las glorias mundanas. No. Él es grande porque se cumple la Palabra de Dios que dice: “Dios da su gracia a los humildes. Dios enaltece a los humildes. La memoria del justo será bendita y recordada siempre”.
Si quisiera yo subrayar algunas notas de su rica personalidad, notas que son muchas y muy variadas, creo que 4 sintetizan lo mejor de su noble ser:
1 .- Fr. José fue un verdadero “Hombre de Dios”, “Hombre de fe, de la Iglesia, de Evangelio- Hombre de oración, meditación, contemplación; Hombre de profunda y sincera vida espiritual, vida interior. Una vida
Cristocéntrica y Mariana. Cristo como centro de todo. Y junto a Él, su Madre María. Pero en la advocación de la Virgen de Guadalupe. La Morenita del Tepeyac que con los signos de nuestra raza indo-americana, se apareció en Méjico. Del 9 al 12 de diciembre de 1531 , la Madre de Dios se dejó ver 5 veces. 4 por el indiecito San Diego y una a su tío Juan Bernardino. Y nos dijo: “Yo soy tu amorosa Madre. Yo soy la madre del verdadero Dios por quien se vive”. Y Fr. José llevó por el mundo a la Virgen de Guadalupe.
Fue un trovador mediante la predicación. No busquemos en él al predicador teólogo, porque no lo era. Era el moralista práctico, que predicaba como quería el padre San Francisco: “Anunciando virtudes y vicios, el premio y la gloria, con brevedad de sermón, porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra”. Y Fr. José llenaba templos y arrastraba multitudes.
2.- Su optimismo frente a la vida. Su alegría de vivir. El ver siempre la parte positiva del mundo, de la vida y de los hombres. El confiar en ellos. El creer que todos eran buenos. Este optimismo y alegría no los perdió ni siquiera en su vejez, cuando inválido, en una silla de ruedas, con una pierna amputada, pierna que la perdió a raíz de una grave enfermedad, seguía dichoso y alegre como San Francisco, entonando el “Cántico de las criaturas”, y como Santa Clara que daba gracias al Señor diciendo:“Gracias, Señor, por haberme creado”.
3. Su bondad, generosidad, desprendimiento de todo. Nada tenía porque todo lo daba. Estoy seguro de que si alguien le pedía el santo hábito que vestía, lo hubiere dado, como San Francisco un día dio a un pobre el manto le resguardaba del frío invierno. Ningún bien terreno encadenaba su corazón.
4. Su trabajo por las vocaciones religiosas y sacerdotales. El inmortal sabio y santo papa Pío XII, en una audiencia especial, le dijo: “Padre José, tiene mi bendición para llevar a Cristo al teatro, a la radio, al cine, a la TV”. Y así lo hizo. Fue por el mundo actuando y cantando para Cristo.
Cuba, Puerto Rico, Colombia, Méjico, Ecuador[En Arequipa edificó, con su esfuerzo, nuestro Colegio Seráfico (Seminario Menor), para el cultivo de las vocaciones. Él mismo era ejemplo y modelo con su palabra, vida y obras.
Yo, tuve la gran dicha de conocerle el año 1951. Intercambiando algunas cartas. En diciembre de 1951 , en Guayaquil-Ecuador, se celebró un “Congreso de Terciarios Franciscanos”. Para solemnizar este acontecimiento, invitaron al famoso Padre Mojica. En Guayaquil nos conocimos y el 17 de diciembre me trajo a Lima para comenzar mis estudios en el Colegio Seráfico (Seminario Menor). Pasado mañana, 17, se cumplen 44 años de mi llegada a Lima con el buen Padre José, que fue para mí mi verdadero “Padre espiritual” y una de las personas a las que yo más he querido y admirado. Lo que ahora soy, sacerdote franciscano, por la gracia de Dios, se lo debo a él. Tengo aquí un tesoro. Así lo llamo yo. Para mí lo es. Son varias cartas, tarjetas postales, estampas, que él me escribió en muchas oportunidades. Voy a leer algunos párrafos seleccionados de acuerdo a mis diversas etapas de formación religiosa. Al escuchar estos párrafos, no penséis en mí. En lo que dice de mí. Pensad en él. Quiero que conozcáis su corazón noble tan lleno de Dios y de amor, que conozcáis cómo expresaba sus pensamientos y sentimientos. Escuchad.
Esta fue la primera carta que recibí de él. Carta que me emocionó hasta las lágrimas. Dice así:
“Pax et bonum. Convento de San Francisco de Lima, septiembre de 1951.
Sr. Jaime Palacios Jara. Guayaquil, Ecuador.
Estimado hermano en Cristo: He tenido el gusto de recibir su carta del 25 del actual en la cual me comunica sus fervientes deseos de abrazar la vida religiosa para servirle a Dios y a la humanidad. Muy loable es su decisión, siempre y cuando esta nueva vida se emprenda con alegría interior y disposición de servir no como un hombre que escapa los dolores de la vida, sino como aquel que sabiendo el mérito del dolor, estando en la gracia de Dios, reconoce el inmenso beneficio que va a recibir para aplicar los que encuentre en la vida religiosa como aumento de la vida que encontrará en el cielo al morir. Es decir: que entrando en un convento no va a dejar de sufrir tentaciones, quizá de otra índole diferente de las que encuentra actualmente en su vida de mundo, pero de todos modos habrá lucha que ciertamente es más fácil de llevar que la que se lleva en el mundo, por tener la protección de Cristo en la comunión diaria que todo buen religioso se esmera en recibir.
Continúa. la carta es muy larga. Termina así:
Si desea volverme a escribir, hágalo con toda libertad, sobre todo si no he sido claro en algún punto o si desea otras informaciones. Le prometo encomendarlo en mis oraciones para que persevere en sus santos
propósitos y reciba las bendiciones de su humilde servidor en Cristo y María.
Fr. José Francisco de Guadalupe Mojica OFM
La carta siguiente, la recibí al comenzar yo mi Noviciado. Dice:
“Pax et bonum. Convento de San Francisco, Arequipa, Abril de 1955. Mi queridísimo Alejandro Francisco (lindo nombre):
Qué alegría corroborar lo que ya presentía de tu vocación y qué fervor pidiéndole a Dios que siempre te conserve así de entusiasta por su santo servicio y te haga conocer la infinita dulzura de su amor que es mejor que todos los amores puestos juntos. Me considero feliz de ser tu “padre espiritual” y doy gracias a Dios y la Virgen por tu vocación tan decidida, tan firme, tan entera. Que así sea hasta la muerte, Amen.
Termina diciendo: Suplicándote que continúes tus oraciones por mí, te bendigo como siempre y te felicito por tu alegría santa y por el goce de tu paz en la Pequeña Cruz de la vida religiosa.
Fr. José Francisco de Guadalupe Mojica OFM.
Cuando yo era estudiante de Filosofía y Teología, recibí esta tarjeta:
Convento de San Francisco, Arequipa, Septiembre 19 de 1957. Mi muy amado hijito Fr. Alejandro Palacios: Ya sabrás lo grato que es el ver que un niño como tú persevere gustoso y no a regañadientes, en esta santa vida religiosa que has sabido estimar en toda su altura. Comparando tu ejemplo con algunos otros que han fallado me consuelo y digo: ¡Bendito sea Dios, no todo está perdido! Vale más calidad que cantidad, ciertamente, y por esa pido a Dios y a la virgen que te den siempre ese santo conocimiento de la Cruz y ese goce especial en ella. Las cualidades adquiridas en estos años de formación, son las que dan al alma la ilustración y el acierto, más que las letras y las alturas científicas. Nuestro padre San Francisco miraba más a la oración y a la caridad que a todo lo demás. Ahora es el tiempo de agigantarte en ellas. Me despido hijito mío, suplicándote que continúes encomendándome fervorosamente. Tú eres uno de mis ángeles guardianes en la tierra y estamos destinados a vivir el fruto de nuestros sacrificios, dolores y trabajos en el cielo. Ya viene la novena de Nuestro Padre.
Encomiéndame mucho en ella. Debo predicar varias veces y quiero hacerlo bien. No por vanidad, sino por tratarse de quien se trata. Hasta pronto, te bendice siempre, Fr. José.
Cercana ya mi ordenación sacerdotal, recibí esta carta:
Pax et bonum. Convento de San Francisco, Lima, septiembre 3 de 1961 .
Mi dulce hijito Fr, Alejandro Palacios:
Te felicito por tu ordenación, ya en las gradas del Altar del Señor, ya en los peldaños que te conducirán al Tabernáculo. ¡Hijo mío! Esto es obra de una gran y extraordinaria perseverancia la cual ha sido coronada con el amor de los que te rodean, la alta estimación de tus superiores, y la admiración de tu viejo “papá” lejano, el decrépito Fr. José, que te escribe.
Y llegó el día de su muerte. Fue el día viernes 20 de septiembre de 1974, a las 3 y 1 5 de la tarde. Había cumplido 78 años y 6 días de edad. Desempeñaba el oficio de Maestro de Estudiantes Teólogos (Rector del
Seminario Mayor), y uno de mis estudiantes, Fr. Gilmer Espino, hoy Superior de nuestro Convento de Tacna, fue el único que estuvo presente en ese momento. Nos contó él que su muerte más pareció un sueño, un quedarse dormido con una sonrisa de paz en el rostro. Él mismo lo había dicho, que el día más feliz de su vida será el día de su muerte. De inmediato, en el convento, tocaron campana de obediencia para que los hermanos se reúnan. Yo no fui a ver su cadáver. El Padre José ya no estaba allí. Se encontraba frente a Cristo Juez, en ese juicio que nos espera a todos. Fui a la capillita del Estudiantado, preparé todo lo necesario y celebré por él la Santa Misa. Fue la primera misa ofrecida por eterno
descanso de su almita buena. Era la manera de demostrar mi amor, mi gratitud, y por qué no decirlo, mi dolor de hijo[ Gran parte de Lima desfiló ante sus restos y asistió a sus funerales demostrando afecto y veneración por él.
Fue sepultado en un lugar especial de nuestras catacumbas, donde descansa en paz Fr. José Francisco de Guadalupe Mojica, es inmortal.Diría yo, con una doble inmortalidad. Don Miguel de Unamuno y algunos
griegos pensaron que la inmortalidad era solamente el “sobrevivir en el recuerdo de los demás”. El padre Mojica sobrevivirá en la Historia del Arte y en la Historia de la Iglesia como cantante y actor de ópera, teatro, radio, cine y TV. Como compositor: varias canciones de sus películas tienen la letra y música de él[ Como literato: allí está su autobiografía de fondo profundo y bella forma, escrita por obediencia de sus superiores y titulada: “Yo pecador”, además de otros escritos. Como pintor: dejó varios y hermosos cuadros, destacando el retablo para el altar mayor de la capilla del Colegio Seráfico, donde su artística mano plasmó las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Cultivó con fecundidad y frutos estos diversos campos del arte. Si “sobrevivir en el recuerdo de los demás” es inmortalidad, hay otra infinitamente superior: el sobrevivir en el Reino de Dios. Es la esperanza cierta de la resurrección y glorificación en la
inmortalidad donde hay plenitud de vida y felicidad eterna. Es el trascender para siempre a las estrecheces de la materia, espacio y tiempo. Esta es la verdadera inmortalidad. Y el Padre José está en ella. Con Dios, con Cristo, con la Virgen de Guadalupe, con San Francisco y los Bienaventurados.
Allí ha recibido el premio y goza de la recompensa eterna por su heroica renuncia y digna vida religiosa. Del buen Padre José podemos decir lo que el sagrado libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 38) dice, sintetizando la vida y obra del Salvador: “Pasó por este mundo haciendo el bien”. Así fue el Padre Mojica, pasó por el mundo haciendo el bien a todos. El siglo XX expira ya. Ya vemos brillar la aurora del siglo XXI.
Estos siglos donde el hombre, soberbio de sus avances científicos, técnicos, culturales, se siente un súper hombre, capaz de pisotear los valores éticos, morales, espirituales y religiosos. Se habla ya de una post-modernidad y un postcristianismo, donde no debe haber verdades eternas ni principios inmutables; en este escenario preñado de tempestad, la figura y el ejemplo de José Mojica seguirá siendo esa antorcha, ese faro luminoso, que como hijo de San Francisco de Asís, con espíritu franciscano de Hermano Menor,
seguirá recordando a sus hermanos, los hombres de todos los tiempos, las evangélicas palabras de Cristo Salvador que pregunta: “De que le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?” (Mt. 16, 26)
Gracias por la paciencia y la caridad que habéis tenido para escucharme. Gracias.
Lima, diciembre 15 de 1995.
(*) Fr. Alejandro Palacios Jara OFM, sacerdote franciscano nacido en Ecuador. Ingresó a la Orden de los Frailes Menores motivado por la prédica vocacional de Fr. José Mojica, a quien le dedicó este testimonio. Falleció en Lima el 6 de abril de 2015. Este testimonio, ha sido proporcionado por Fr. Abel Pacheco Sánchez OFM. y está publicado en el libro “Fr. José Mojica OFM, memorias en el Perú” (Ed. Rimactampu, 2017, segunda edicion 2020), compilación de escritos del padre Mojica realizada por el periodista Lic. Nivardo Córdova Salinas (miembro de Prensa Franciscana) con la cooperación de Fr. Abel Pacheco y Fr. Carlos Montesinos.