ENTREVISTA A FR. WILFREDO CHACALIAZA PACHAS OFM

Compartimos una entrevista inédita a Fr. Wilfredo Chacaliaza Pachas OFM (1939 – 2022), realizada en el marco del “Proyecto Oralidad: Memoria viviente de la Provincia Franciscana de los XII Apóstoles del Perú”.

Compartimos hoy una entrevista a Fr. Wilfredo Chacaliaza Pachas (1939 – 2022) realizada en el marco del “Proyecto Oralidad: Memoria viviente de la Proivncia Franciscana de los XII Apóstoles del Perú”, dirigido por Fr. Abel Pacheco Sánchez OFM, encargado de la Pastorial de Medios de Comunicación.


Fr. Wilfredo Chacaliaza Pachas OFM nació el 28 de octubre de 1939 en Chincha Alta (Ica) y falleció el pasado 8 de mayo de 2022 en Lima. Esta conversación se realizó el 14 de noviembre de 2016 en la Enfermería del Convento San Francisco de Lima. Fr. Wilfredo Chacaliaza –quien durante su vida religiosa trabajó como enfermero y como docente-, se encontraba allí para recuperarse de un problema de insuficiencia renal.

– Queremos empezar preguntando, ¿cómo ingresó a la Orden Franciscana?

– Lo que me abrió el camino de la vida religiosa fue cuando los religiosos franciscanos iban a  hacer misiones a Chincha y me gustaba mirarles los pies, su vestimenta, su acción, su disponibilidad para rezar con el pueblo el Santo Rosario, con la santísima Virgen María en la advocación de la Virgen de Fátima. Eso fue cuando era niño. Más adelante me dediqué a trabajar en el campo, en la chacra, junto con mi padre. Y en alguna oportunidad cuando mi corazón sentía seguir a San Francisco de Asís, se lo dije a mi padre en un absoluto desierto. Y mi padre me bajó del burro y me pateó y me dijo que no. Lo acepté y seguí con él. Y me dijo: “Ahí está la pala  ahora tienes que sacar “sequia”, y le hice caso y empecé a sacar arena de la acequia. Todo lo hice con mucha humildad. Pasó el tiempo y me dedique a trabajar en un hospital, en algo que no es un delito ni una vergüenza, yo lavaba las ollas. Recuerdo que para llenar mi hambre, me cogí el arroz seco que quedaba en el fondo de la olla. Había una comunidad de religiosas franciscanas, y me gané la confianza de la hermana Peregrino Rojas y ella me dijo: “Parece que tú quieres ser franciscano”. Y hablaron con el padre Leonardo Ganoza, español. Le confesé mi deseo de ser franciscano y el me dio las pautas. Yo tendría 16 o 17 años.

– ¿A qué casa ingresó?

– Al Convento de San Francisco, de la Provincia Franciscana de los XII Apóstoles, que yo no sabía que se llamaba así. El padre guardián era el P. Enrique Rodríguez Rivas y el provincial era monseñor Federico Richter, era el año 1961 o 62.

– ¿Cómo lo tomó su familia?

– Fue muy fuerte. Si le digo a Ud. no lo va a creer. Yo me escapé, mi padre era alcohólico y mi madre era la única que sabía, porque yo salí con el permiso de ella. Pero cuando yo salí, mi padre le cuestionaba a mi madre. Entonces mi padre, mareado, vino y cogió un fierro de la cocina y se lo arrojó en la cabeza. Mi madre si no se protege con la planta de la ciruela, hubiera muerto, pero le cortó la cabeza. Y mi madre, herida, vino a Lima escapándose con una sobrina. Mi madre fue al convento vestida de color negro. Y yo le pregunté por qué vestía así. Ella me dijo que era por respeto a mí. Pero mi prima me contó que mi padre casi la había matado. Entonces cómo no voy a valorar mi vocación, la valoro bastante.

– ¿Cómo era la vida allá?

– Eran muchos sacerdotes, ayer se recordaba la muerte del padre Bernardo Cuadros Málaga, un digno sacerdote. Él era el vicario. Y el padre secretario era el padre Alberto Cruz.

– ¿Hubo algún otro hecho que marcó su vocación? ¿Quién más lo alentó?

– El P. Federico Richter confió mucho en mí. Y yo le tuve mucho cariño, a tal punto de que cuando él estaba enfermo, yo lo atendía, era su enfermero. El confiaba a mí sus tratamientos delicados, claro y yo muy atento a él. Lo llegué a tratar y a cuidar al padre Juan Figueroa, él dormía sentado, y yo al pie de él. También fui enfermero del padre José Mojica. Siempre en la Enfermería franciscana.

Muchos no me creen. Yo viví siete años y estudié enfermería. Primero estudié enfermería cinco años en el Hospital de Juliaca, cumpliendo con todas mis labores, ya siendo religioso y docente, porque yo enseñaba en esa época a transición. Nunca dejé la docencia. A los once meses de haber ingresado a la Provincia, monseñor Richter me envió al Cusco, donde era lavandero, lavaba toda la ropa de los frailes y nunca me incomodé. A los ocho meses me llaman y me dice para ir a San Francisco a trabajar con el padre Luis Danz, que era el director. Allí empecé a enseñar a niños. ¿Cuánto tiempo duró la enseñanza para que yo pueda empezar a trabajar? Un mes, dirigido por Fr. Francisco Salas, quien me pidió que me haga cargo de una sección de primaria. Allí empecé mi vida en la pedagogía. Sin tener estudios de esa alta calidad. Yo lo hacía porque veía el afecto de los niños, de los padres de familia.  Y simplemente me encomendaba a Dios para trabajar con los niños en el Cusco, en el Colegio San Francisco, ahí empecé. Luego, el padre guardián que era el padre Pacifico Zegarra, y el vicario que era Tarcisio Padilla, tuvieron reunión y decidieron enviarme aquí al noviciado, en esta casa. Terminé mi año de noviciado, y salí consagrado temporalmente. Viajaba con dirección al Cusco y el padre Jorge Zapater en Juliaca me dijo: “Tú no te vas, te quedas a enseñar aquí en el colegio franciscano San Román”. Empecé a trabajar estando de director el padre Carlos Castaño, acompañado por Hugo Becerra, Hugo Ilpa, Pedro Núñez y no recuerdo el nombre del otro padre. Pero allí empezamos a trabajar. Yo veía en la imagen de los niños una tristeza, sin poder dar solución. 

Fr, Wilfredo Chacaliaza Pachas (Chincha Alta, 1939 – Lima, 2022). Foto: Diario Verdad del Pueblo.

– ¿Y qué sucedió luego?

– Le dije, padre, me gustaría estudiar enfermería en el hospital. Tan solo los domingos daban clases, un doctor adventista. Todos los alumnos eran adventistas y yo allí, con mi hábito, porque yo ya era fraile. Me confiaban el cuidado de los enfermos más difíciles, y yo ahí con mucha calma. Ellos tenían miedo de aplicar las inyecciones a los enfermos  mentales. Yo me acercaba y se dejaban poner la inyección. Todo eso a mí me iba animando. Me eduqué allí cinco años. Vine a dar examen aquí a Lima. Entonces cuando salgo de Juliaca y vengo el año 70, tengo la experiencia de muchos casos, porque en el hospital me daban la facilidad de llevar a los pacientes, muchas veces con enfermedades vergonzosas. Al salir el diagnóstico, que no se podía aplicar así no más, muchos con enfermedades vergonzosa. Yo tenía que hablarles a los padres. Y aunque le parezca extraño, yo atendía a las prostitutas que iban mensualmente al hospital, y ellas iban en grupo.

– Es un derecho fundamental de acceso a la salud, porque Cristo nos dio el ejemplo…

– Y yo trabajaba con el doctor Jaime Pérez. Había otro doctor que era del cuartel: el doctor Barrientos, y otros dos doctores más de los cuales no recuerdo su nombre. Luego me iba a la cárcel, lleno de barro, lleno de agua. Hablaba con el alcaide y le decía: “Da pena ver a un hombre esposado yendo a la curación. Pero aquí traigo mi instrumental, y vengo en nombre de Dios y lo vamos a curar. Porque tampoco es bueno que esté así porque puede contaminar y contagiar…”. Y yo entraba a sus celdas y los atendía. Y por supuesto, después yo veía a las mamás y madres ancianas, que iban a la cárcel. Y yendo a este servicio encontré muchas puertas que se me abrieron y eso me seguía animando.

-¿Qué otras actividades desempeñó?

– Estuve cinco años con el Grupo Scout de la parroquia de Juliaca como guía. Ahora de ellos hay un sacerdote jesuita. Trabajamos con los padres de familia, había un personaje de Puno que venía a apoyarnos, se apellida Paniagua, que sigue hasta ahora. El da testimonio de mi servicio y Fr. Abel Pacheco también. En esa época encabezaba el desfile en Juliaca el padre José Urcia. Vio el grupo tan grande, porque había tres grupos: los scouts, los lobatos y las chicas guías. Yo me iba con los jovencitos a hacer campamento en las orillas de los lagos.

– ¿Cómo fue su paso como director en Pilcopata?

– Eso fue cuando volví al Cusco, trabajando en el colegio. Cuando yo hablaba de la realidad de la selva, pero sin conocerla, entonces un alumno se paró y me dijo: “¿Conoce Ud. la selva? Antes de hablar vaya a conocer…”. Entonces eso me incentivó a ir. Y me fui a la selva, contra todo, porque no me fue fácil. En la selva llegué a un lugar donde no sabía dónde estaba, y de pronto un joven me llamó diciéndome: ¿Qué hace acá? Sal y llévame al convento, le dije. Me llevó a un lugar donde había cantidad de luciérnagas, cucarachas, hormigas y arañas. Y allí empecé a trabajar en el convento, porque no tenía acceso al magisterio nacional, hasta que me hicieron una entrevista así como la que me realiza Ud. Me preguntaron a qué me había dedicado, y le dije que a la enseñanza. Me propusieron la dirección del colegio. Le dije al padre guardián, que era el padre Roberto Quiñones, así que fui y presenté mis documentos. Por supuesto con un poco de temor. Pero recordaba la imagen de los directores de los colegios donde estuve. Empecé a trabajar, para esto también me nombraron de supervisor de educación y fui conociendo la realidad de la selva. Entonces yo proponía traerlos a mi colegio a los profesores. Hacía la gestión y los llevaba al colegio. Era una realidad paupérrima, muy triste. Las carpetas eran troncos… Llegué al Cusco y el padre Emilio Carpio me regaló una camionada de carpetas. Con un piso de ceniza, sin paredes, pero allí estábamos en Pilcopata. De allí salí después de 3 años, con mucha tristeza y pena. Cuando celebré la liturgia de la palabra me desplomé. Pero tuve que venirme, porque el padre Vargas, que era director del colegio Antoniano en Arequipa, me hizo ir  a trabajar. Y estuve once años, como profesor de religión.

– ¿Qué otros colegios?

– Simultáneamente trabajé en el Colegio San Francisco de Asís y Santa Clara, de Arequipa. Trabajé tres años en el cementerio de Arequipa, como capellán. Luego me nombraron director en el Colegio de Tacna, durante cinco años, hasta que llegó mi jubilación. Aquí también, en el colegio de San Francisco de Lima, por gracia de Dios, logré asumir un cargo: Definidor Provincial, no me puedo explicar cómo llegue a ocuparlo.

– ¿Qué mensaje le puede dar a los jóvenes religiosos?

– Comprender que la vocación religiosa es un regalo de Dios. Hay una lucha interior, como también hay una lucha exterior. Pero eso no nos debe desanimar en nuestra vida. Es la acción de Dios todopoderoso. Y les digo que santifiquen el vientre de su madre, háganla grande, háganla dichosa, te ha regalado una vocación, y en adelante hay que ser fiel. La vida religiosa no es una cosa fácil, cuesta mucho porque es una lucha. Tenemos que trabajar con humanos, siempre nos están evaluando, todos los ojos están clavados en nosotros y hay que comprender que el pueblo de Dios necesita una respuesta religiosa. Ese es mi deseo para los jóvenes, a quienes admiro. Yo digo ¡Qué grande eres, Señor! Porque estos jóvenes han venido libremente, nadie los ha traído por la fuerza. En todos los tiempos hay jóvenes que alaban a Dios, desde temprano están rezando con su maestro, me siento orgulloso de ellos, porque es obra de Dios. Y deseo que Dios, a estos chicos que nos van a reemplazar porque nosotros estamos enfermos, los siga guiando. Y yo, en la camilla, en todas partes, siempre estoy rezando el santo rosario, porque es un arma que necesito mucho, para seguir dando testimonio de esta vida que Dios nos ha dado.

Nota.- Entrevista realizada por el periodista Lic. Nivardo Córdova Salinas el 14 de noviembre de 2016 en la Enfermería del Convento San Francisco de Lima.